El 2 de agosto de 2025, cuatro hermanas hicieron sus votos perpetuos en Madagascar, marcando no el final del viaje, sino el comienzo de un compromiso más profundo y de por vida con la misión del Buen Pastor. Aquí comparten los momentos que definieron su viaje, las alegrías que les sostuvieron y el amor que sigue llamándoles a seguir adelante.
Un viaje de fe más allá de las fronteras (Hermana Esther Soanome Razanamalala, RGS)
Al comenzar mi séptimo año como Hermana del Buen Pastor, he reflexionado sobre mi camino lleno de Gracias inesperadas. Tras mi formación profesional, me enviaron Francia para un año de formación internacional. Al principio, me sentí abrumada: vivir en un país nuevo, adaptarme a nuevas costumbres, aprender un nuevo idioma. Pero a través de todo esto, descubrí la belleza de dejarme guiar por el plan de Dios.
Lo que alimentó especialmente mi Fe fueron las visitas a lugares sagrados relacionados con nuestros Fundadores: Caen, Noirmoutier y la Casa Madre en Angers. Caminar por donde ellos una vez caminaron renovó mi sentido de misión y profundizó mi deseo de seguir a Jesús, el Buen Pastor, con aún mayor convicción.
Mi servicio con las personas mayores y con discapacidad también fue transformador. Su resiliencia y amabilidad me enseñaron a encarnar el amor de Cristo en pequeños gestos concretos: a través de la escucha, la presencia y la compasión.
Lo que mantiene vivo mi Celo es saber que Jesús me llamó por mi nombre para amarlo y servirlo. He elegido libremente seguirlo cada día, tanto en la alegría como en el sufrimiento. Su Gracia me sostiene y su misión da sentido a mi vida.
“La Misericordia como Luz en mi Camino” (Hermana Welcome Randriamananantsoa, RGS)
Tras seis años de vida religiosa, puedo decir que mi mayor descubrimiento ha sido la profundidad de la misericordia de Dios. Me ayudó a superar despedidas dolorosas, pruebas personales y etapas de crecimiento. La misericordia de Dios se reveló a través de la paciencia de mi comunidad, la valentía para buscar la reconciliación y la fuerza para levantarme tras el fracaso.
Este camino de transformación interior no siempre ha sido fácil. Dejar mi hogar, mi familia y todo lo que me era familiar fue doloroso. Sin embargo, fue precisamente en esos momentos que encontré el amor fiel de Cristo. Aprendí que la fidelidad no se trata de perfección, sino de confianza:confianza en Aquel que me llamó.
Es mi relación con Jesús lo que me impulsa a seguir adelante. En la oración, los sacramentos y el silencio, regreso a Él una y otra vez. Su presencia renueva mis fuerzas y me da valor cuando estoy cansado. No camino con mis propias fuerzas. Camino con su gracia. Y esa «Gracia me basta».
“Encontrando a Jesús en los más pequeños” (Hermana Judith Voahary Nandrianina, RGS)
Uno de los capítulos más impactantes de mis ocho años de formación fueron los dos años que pasé en el Centro Fihavanana, atendiendo a niños y niñas vulnerables. Era un lugar donde coexistían la alegría y el sufrimiento. Estas jóvenes vidas,a menudo marcadas por grandes dificultades, irradiaban una alegría que me conmovió profundamente. Fue un honor estar entre ellas.
Servir en el Centro me permitió poner en práctica todo lo aprendido, tanto espiritual como profesionalmente. Usé mis talentos y mi formación no solo para enseñar o apoyar, sino para amar. Llegué a comprender más profundamente lo que significa ser una Hermana del Buen Pastor: reconocer a Cristo en los pobres y los que sufren, y servirle con celo y ternura.
Hoy, al pronunciar mis Votos Perpetuos, mi corazón rebosa de gratitud. Estoy maravillada por la gracia que he recibido a lo largo de este camino. Agradezco a Dios por llamarme y a la Congregación por acogerme. . Mi misión ahora se convierte en una ofrenda permanente: un “sí alegre” para caminar junto a los más vulnerables de la sociedad.
“Fortaleza en la Comunidad y la Gracia” Hermana Lydia Lalaina, RGS
A lo largo de mis siete años de vida consagrada, he descubierto profundamente el poder sustentador del amor de Dios. Este Amor me llamó a servir a los marginados y a dar testimonio de la misericordia de Cristo dondequiera que sea enviada. Incluso en momentos difíciles, he encontrado alegría, no en las circunstancias, sino en la presencia de Jesús.
La oración sigue siendo el centro de mi camino. Es en silencio, ante el Señor, donde escucho su voz con mayor claridad. Su amor es lo que alimenta mi energía y pasión. Cuando me siento abrumada, regreso a esa fuente de gracia donde recupero la fuerza.
La vida comunitaria también ha sido una gran escuela de crecimiento. Vivir, orar y servir con otras hermanas me enseñó humildad, paciencia y alegría en la misión compartida. Es en estos espacios de diálogo y apoyo mutuo que siento a Dios vivo entre nosotras.
Mi formación continúa cada día a través del compromiso, la entrega y el deseo de crecer personal y espiritualmente. Avanzo con plena confianza en Dios, con perseverancia, esperanza y un profundo amor por quienes me han sido enviados.
Una misión compartida de esperanza
Aunque cada historia es única, las hermanas comparten una misión común: ser mujeres de esperanza en un mundo sediento de sanación y compasión. Han dicho "sí" a una vida de oración, servicio y amor. Han elegido caminar con Cristo, el Buen Pastor, que busca a los perdidos, consuela a los quebrantados y nunca se cansa de amar.