La espiritualidad es una relación con Dios y un deseo de profundizar en esta relación y vivirla en la realidad de la vida cotidiana. Nos implica y compromete en lo más profundo de nuestro ser y dirige nuestras energías y acciones hacia la vivencia de los valores del Evangelio personificados en la vida de Jesús.
La forma en que entendemos nuestra espiritualidad ha evolucionado a lo largo del tiempo y sigue desarrollándose y profundizándose a medida que conectamos con el Espíritu que habita en nosotros y que nos impulsa continuamente a una mayor fidelidad en la vivencia del discipulado. Nos llama a un viaje transformador para llegar a ser plenamente humanos, a ser una presencia compasiva, amorosa y reconciliadora en todas nuestras relaciones, especialmente con quienes se encuentran en situaciones vulnerables.
Siguiendo la visión fundante de San Juan Eudes, el corazón de nuestra espiritualidad es la Encarnación, se centra en Cristo, el Verbo Encarnado. Santa María Eufrasia vio la tierna misericordia de Dios en Jesús Buen Pastor y su profundo respeto por cada persona.
Impulsados por esa espiritualidad, miramos la realidad desde la perspectiva de los que viven en la pobreza, con ojos de compasión y amor. Nos transforma y enciende en nosotros un compromiso más profundo para vivir con justicia y cuidar de toda la creación.
Vivimos en una época en la que la ciencia y la teología nos ofrecen una nueva comprensión del origen de la vida y la creación. Es un momento privilegiado para nosotros, pues nos damos cuenta de nuevo de que todo está interconectado y es interdependiente. La creación no es estática, sino una relación entre el ser dinámico de Dios y un mundo que está naciendo. Nuestra imagen de Dios evoluciona en esta historia viva de la vida.
Una idea muy significativa de la historia del universo es que todos somos uno. Ahora sabemos que estamos inseparablemente involucrados unos con otros, fundamentalmente conectados y responsables de cada uno y de todo. Nuestros pensamientos y acciones pueden influir y determinar los resultados futuros.
Nuestro mundo se encuentra en medio de un profundo cambio, de lo que llevamos muchos años llamando un cambio de paradigma. Parece estar surgiendo una nueva conciencia de nuestro lugar en el universo. Este es el contexto en el que vivimos hoy la vida religiosa para la misión. Los tres principios del universo (interioridad, comunión y diferenciación) nos guían en la comprensión de estos cambios a medida que avanzamos hacia el futuro.
La contemplación es una forma de ser, una atracción fundamental hacia el Misterio de Dios, una llamada a la vida consciente. La contemplación y la acción son dos caras de la misma moneda: ambas son necesarias si queremos ser eficaces y estar verdaderamente presentes para nosotras mismas y para los demás.
Este cambio supone pasar de un conocimiento intelectual de Dios a la experiencia del Dios del Misterio, un compromiso del corazón más que de la mente. Nuestro Creador nos invita a poner gran énfasis en encender el espíritu creativo dentro de cada persona, dando más tiempo y espacio para experimentar la belleza de la creación y explorar los propios talentos y creatividad.
Buscamos desarrollar una actitud contemplativa que pueda escuchar la voz de Dios en nuestras vidas, y descubrir el rostro humano de Jesús en cada persona, particularmente en aquellos que son más vulnerables. Es imperativo que creemos un espacio sagrado de diálogo con todos, que permita actitudes de escucha, respeto, veracidad, compasión, confianza y crecimiento a través de relaciones sanadoras y reconciliadoras.
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