Por la Hna. Taskila Nicholas, Representante Principal de la ONG, Ginebra, GSIJP
Cuando entré por primera vez en los pasillos de la ONU en Ginebra, pensé que la diplomacia se basaba únicamente en las palabras, pronto aprendí que la verdadera influencia suele darse en los momentos de silencio: escuchando, observando y comprendiendo los hilos invisibles que nos conectan a todos.
Representar a la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor en este espacio global no fue solo otra responsabilidad, sino un viaje que cambió mi forma de ver el mundo. Llegué como defensora de los derechos humanos con experiencia e ideas de base, pero lo que obtuve fue algo más profundo: un compromiso más firme con la justicia y una comprensión renovada de lo que realmente significa la solidaridad entre culturas y causas.
Mi primer día en el Palacio de las Naciones Unidas fue inolvidable. Al recorrer los mismos pasillos donde durante décadas se habían celebrado negociaciones, aprobado resoluciones y se habían lanzado llamamientos urgentes en favor de la dignidad humana, sentí que la responsabilidad era real. Me recordé a mí misma que estaba allí para llevar la voz de los más vulnerables, para defender a aquellos que tan a menudo quedan marginados.
En Ginebra, la diplomacia se mueve rápido. Durante las sesiones del Consejo de Derechos Humanos, puedes pasar de una discusión sobre financiación climática a un debate sobre crisis humanitarias o seguridad digital. El trabajo va más allá de las habilidades técnicas, requiere conciencia emocional, escucha profunda y presencia plena.
Un momento que nunca olvidaré fue la declaración en vídeo de una joven libanesa que habló ante el Consejo. Pedía algo tan sencillo, a la vez tan poderoso: el derecho a disfrutar de su infancia en paz y libertad. Su voz era firme, sus palabras impactaron en la sala como una ola. Era simplemente la verdad.
Lo que la gente no suele ver es que la verdadera diplomacia a menudo se desarrolla fuera del foco de atención, en conversaciones informales después de las sesiones, tomando un café durante los eventos paralelos, cuando compartimos prioridades y reflexionamos sobre lo que realmente se necesita en los países a los que servimos.
Ginebra me enseñó que la diplomacia no consiste en “ganar” una discusión, sino en mantenerme fiel a los valores del Buen Pastor, incluso cuando las conversaciones son difíciles. Conocí a delegados cuya visión del mundo era completamente diferente a la mía. Hubo momentos de tensión, sin embargo, aprendí a seguir escuchando, a buscar puntos en común siempre que fuera posible y a estar presente.
La lección más importante es mantener el respeto y seguir defendiendo la causaincluso cuando parezca que nada cambia, porque siempre hay algo que cambia. La defensa de una causa no es solo un proceso, es un compromiso para llevar la realidad de las bases a una plataforma global.
Para terminar, diré lo siguiente: Me di cuenta de que la diplomacia en las Naciones Unidas no se basa en el poder, sino en la persistencia, la escucha y el seguimiento del proceso con determinación.