Por Hna. Francisca Kameli, Kenia (Provincia de África Centro Este - ECAP)
No sé por dónde empezar, pero estoy segura de que tengo muchos motivos para estar agradecida a Dios por lo lejos que hemos llegado como Congregación –especialmente ahora que celebramos los 10 años de nuestra reunificación.
Mi experiencia ha estado llena de altibajos que han requerido fuerza, valentía, determinación, y oración a través de retos y decepciones y una reflexión continua sobre lo que el Señor quiere de mí en este momento concreto de nuestro viaje juntos. Siempre he tenido mucha esperanza porque creo que hay luz al final del túnel!!
Todo fue alegría para mí después de la reunificación. Cuando recibí la cruz y la constitución, fue para mí un nuevo comienzo que reflejaba el mismo día en que hice mi primera profesión. Me sentí llena de energía para mantener encendido el fuego, dado que ahora éramos muchos, algo que presumía que facilitaría enormemente la misión y daría vida a todas nuestras comunidades.
Recuerdo que pensé: "Se acabó, lo hemos logrado". Pero no habíamos terminado, y aún no hemos terminado porque "seguimos evolucionando", seguimos buscando "estructuras", "nueva gobernanza", "comunidades más vivificantes", etc.
En estos últimos años, me comprometí personalmente a mantener mi celo por el apostolado y asumir la responsabilidad personal de contribuir a la vida en comunidad.
Esto no siempre ha sido fácil en una provincia que ha experimentado algunas rupturas tras la reunificación, en las que algunas hermanas decidieron continuar su camino a un ritmo diferente o por un camino totalmente distinto.
He sido testigo de que algunos aspectos de la vida comunitaria han quedado marcados por el miedo y la desconfianza. Esta experiencia no ha sido fácil para mí y, a veces, me ha inquietado mucho, luz al final del túnel!!
A pesar de todos estos retos, me he sentido muy feliz de ser testigo del florecimiento de las vocaciones en ECAP, de ver a tantas hermanas hacer su primera profesión y su profesión perpetua, de reconstruir nuestra vida juntas a través de encuentros compartidos en persona y en línea, de revivir y fortalecer nuestras políticas y de fortificar nuestras estructuras.
Todos los esfuerzos de las hermanas y de los partners en la misión han reavivado en mí tanta la esperanza, alegría, y confianza en que la reunificación no fue en vano. A pesar de los desafíos, está dando muy buenos frutos , no sólo en mi Congregación, sino en toda la Iglesia.
Lo que más me ha dado vida ha sido mi decisión de abrazar una vida de oración reflexiva y alimento espiritual a través del perdón, la reconciliación y la apertura de mente, en la que aprendo a asumir riesgos, a ser flexible, y dejarme llevar sin resistencias innecesarias, ablandando mi corazón para compartir mi verdad y dejar que los demás también saquen a relucir su verdad para que nos encontremos en algún momento.
La reunificación me ha abierto oportunidades al permitirme crear nuevas relaciones con hermanas de otras Unidades y aprender sobre lo que hacen, es decir, su misión, sus miembros, su cultura, la belleza de sus países y también sus retos.
Creo que los beneficios de la reunificación superan con creces las luchas que podamos estar atravesando, como los cambios en las estructuras, la administración, las finanzas, etc. Se trata de un viaje de por vida a lo largo del cual debemos seguir construyendo relaciones vivificantes entre nosotros como Congregación, sabiendo que nuestra experiencia es la misma que la de otras congregaciones que han pasado por reunificaciones a lo largo de los años.
Con el tiempo, me doy cuenta de que "nuestro todo es más que la suma de nuestras partes", y de que nuestros viajes pueden ser testigos de la posibilidad de unidad en un mundo marcado por la alienación y el conflicto.