Queridas Hermanas y Partners laicos/as en la Misión:
Con el corazón lleno de gratitud y reverencia, celebramos el Bicentenario de nuestras Hermanas Contemplativas: doscientos años de fidelidad orante y tierna presencia en la misión de reconciliación. En medio de ser bombardeados diariamente con noticias inquietantes que afectan a nuestro mundo, conflictos, disturbios y discordia política, hicieron de este año pasado un tiempo de reflexión y creación de significado. Celebraron este tiempo especial a través de ideas, conversaciones en el espíritu y experiencias de retiro y renovación. Les agradecemos por expresar su vida contemplativa de oración y presencia con sensibilidad y profundidad.
Desde la primera pequeña comunidad fundada por Santa María Eufrasia hasta las comunidades contemplativas de la Congregación de hoy, su silencioso “sí” ha resonado a través de generaciones. Como una lámpara encendida en la noche, sus vidas de oración y presencia han iluminado la misión, estabilizando muchos corazones en tiempos de incertidumbre y atrayéndonos a todos/as, hermanas apostólicas, partners laicos/as en la misión y participantes del programa, más profundamente en el misterio del amor fiel de Dios.
Junto con toda la Congregación, aprovecho esta oportunidad para expresar nuestro profundo agradecimiento a cada hermana contemplativa, pasada y presente, cuya fidelidad sigue siendo el latido del corazón de nuestra Congregación. Honramos su valentía a través de los tiempos cambiantes, las pruebas que han enfrentado y los sacrificios realizados que las han llevado hasta aquí. Su vocación es como la joya preciosa de la que habló Santa María Eufrasia: un diamante formado por haber sido tallado y pulido por la mano suave pero exigente de Dios.
La excelente obra de Dios a la que se abren diariamente es lo que libera el fuego oculto en su interior; un fuego que irradia luz, calor y amor a toda la Congregación y a nuestro mundo. En su atención, presencia y oración, contienen los gritos y esperanzas de la humanidad; en su soledad, tejen la comunión; a través de su fidelidad, insuflan misericordia en el corazón de nuestro mundo herido. Al enfrentar los desafíos de la vida que han elegido; al permitirse ser lo suficientemente vulnerables como para caer y luego levantarse, en su intento y en el nunca darse por vencidas, son refinadas.
Sin embargo, este Bicentenario no es solo una ocasión para recordar, es un llamado a la novedad. ¿Qué es lo nuevo que se ofrece con este cruce más allá de los 200 años? ¿Podría ser una comprensión y conciencia más profundas? ¿Podría ser la conciencia de que el fuego contemplativo que han atendido durante dos siglos arde también dentro de cada una de nosotros/as: hermanas, partners laicos/as en la misión, participantes en programas y toda la humanidad?
La dimensión contemplativa no está reservada para unos pocos; es la capacidad sagrada en cada corazón de escuchar profundamente, de contemplar la preciosa belleza de la vida y de amar como Dios desea que amemos. Este fuego interior nos permite ver más allá de las apariencias, actuar con justicia, servir con ternura y caminar humildemente con nuestro Dios. Fundamenta nuestra misión, da profundidad a nuestro servicio y hace visible el amor de manera ordinaria. Nos llama a nutrir la atención plena en un mundo ruidoso, a crear espacios de compasión y a orar con nuestras vidas.
A medida que llegamos a la conclusión de un año de celebración de esta auspiciosa ocasión, no lo vemos como el final, sino como un cruce hacia la siguiente etapa del viaje, hacia algo nuevo: una renovación del espíritu contemplativo para nuestros tiempos. Es el amor de Dios, vivo, dinámico y esperando ser avivado por nuestras hermanas contemplativas y por cada uno/a de nosotros/as.
"Sé activo en la oración y contemplativo en la acción". (San Juan Eudes)
Hna. Joan Lopez, Animadora Congregacional y Equipo de Liderazgo





