Por Hna. Hedwig Joehl, Suiza (Provincia de Austria/Suiza/República Checa)
"La obediencia es una búsqueda compartida de la voluntad de Dios. Es diferente a simplemente obedecer a un superior." (Hna. Hedwig Joehl)
Encontrar y comprender el propósito de Dios para mí ha sido una experiencia humilde y empoderadora. Es un camino moldeado no solo por mi relación personal con Dios, sino también por mis interacciones con los demás: las vidas que toco y las que, a su vez, tocan la mía. A través de experiencias de profunda conexión, humanidad compartida y respeto mutuo, he llegado a ver mi camino como parte de un tapiz sagrado mayor que abarca a personas de todas las religiones y creencias, o incluso de ninguna. Es en este camino que he comprendido la hermosa verdad universal de una misión compartida de salvaguardar, no dañar y cuidar a la humanidad.
Un momento crucial para mi fe y mi propósito llegó cuando enfrenté una decisión crucial sobre dónde viviría después de dejar Ginebra en 2016. Mi reacción inicial fue afirmar con seguridad, "Puedo vivir donde sea.'' Sin embargo, al reflexionar profundamente en oración y buscar la guía de Dios, la decisión tuvo una trascendencia mayor de la que imaginaba. Me quedó claro que no se trataba solo de geografía, sino de vivir intencionalmente según la voluntad de Dios. Tras mucha contemplación y discernimiento espiritual, me mudé a San Galo, Suiza. Allí encontré no solo un entorno enriquecedor para mi alma, sino también oportunidades para servir a través del compromiso y la conexión con la comunidad.
Este proceso reforzó una lección profunda para mí: la obediencia a la voluntad de Dios no es una rendición pasiva, sino una búsqueda activa y mutua de alineamiento con el propósito divino de Dios. Es en esta obediencia compartida que se construye la confianza y se hace evidente el cumplimiento del llamado.
Comprensión a través de la conexión
A lo largo de mi vida religiosa, he sido testigo del poder de la conexión arraigada en la fe y la compasión. Una relación particularmente conmovedora fue con una mujer musulmana de Siria a quien conocí a través de su esposo, mi peluquero. Su rostro se iluminó cuando le tendí la mano de la amistad, algo que necesitaba profundamente en un país desconocido. A pesar de las barreras del idioma, fomentamos una conexión basada en la confianza, el respeto mutuo y las experiencias compartidas compartidas a través de diferentes creencias. Momentos como sostener a su bebé recién nacido en mis brazos —una muestra de su Confianza y Fe— me recordaron la profunda humanidad que nos conecta a todos, independientemente de la religión o la cultura.
Aprender sobre su fe, sus prácticas únicas y su vida familiar también me abrió los ojos a las sutiles expresiones de la espiritualidad en la vida diaria. Finalmente, esta relación se convirtió en un reflejo de cómo vivir la fe con autenticidad puede superar las divisiones y crear espacios sagrados para la comprensión.
Una experiencia paralela ocurrió al dirigir un programa para compartir la Fe. Personas comprometidas con la oración personal profunda y la Palabra de Dios mostraron un crecimiento notable en su camino de Fe. Estas sesiones no se centraban solo en el conocimiento de las Escrituras, sino en vivir estas enseñanzas en la vida diaria. Observar esta transformación reafirmó en mí el concepto de la fe en acción, donde la Palabra se hace vida.
Nuestro camino común en Dios
Existe una profunda interconexión en nuestros caminos espirituales, especialmente en lo que respecta al cuidado mutuo y la protección de la dignidad humana. Al participar en círculos de intercambio bíblico, retiros interreligiosos y en mi labor de protección espiritual, he observado la universalidad de los principios de no hacer daño, compasión y elevación espiritual. Reunirme con personas que abordan la espiritualidad desde diferentes perspectivas siempre revela una verdad compartida -compartimos la misión de reflejar el amor y la justicia de Dios en el mundo.
Al final del Ramadán de este año, fui testigo de esta comprensión compartida del propósito al interactuar con musulmanes en mi comunidad local. Su compromiso con el ayuno y la oración, junto con mi dedicación a la meditación y las Escrituras, enfatizaron la universalidad de la disciplina espiritual. Estos momentos de reflexión mutua me recordaron que la protección espiritual no se limita a proteger el bienestar físico; también incluye nutrir corazones, mentes y espíritus, y respetar la dignidad inherente a cada vida humana.
Lecciones de fe y acción
De estas experiencias, aprendí que la fe no es pasiva, sino que exige obediencia activa: comprometerse con la voluntad de Dios mediante el discernimiento y la acción intencional. Descubrí que la conexión genuina puede trascender las fronteras del idioma, la cultura y la fe, basándose en valores compartidos como la confianza y el amor. También llegué a comprender que, entre las diferentes religiones, existe una misión común: proteger la dignidad humana y cuidar de los vulnerables. Más importante aún, comprendí que el crecimiento espiritual florece en comunidad, donde la fe compartida profundiza nuestra comprensión de la Palabra de Dios e inspira una transformación duradera.
Viviendo juntos nuestro llamado
En última instancia, mis reflexiones refuerzan la creencia de que nuestros caminos, aunque personales, están profundamente entrelazados a través de una historia superior escrita por Dios. Cada interacción, cada relación y cada decisión guiada por la fe ofrece una oportunidad sagrada para crecer y edificarnos mutuamente. Ya sea sirviendo a través de programas de protección o conectando con alguien que cruza las fronteras de la fe, mi propósito es claro: caminar sin miedo en la fe y Compasión, como ejemplificó Juan el Bautista al ayudar a otros en su camino espiritual y personal.
Mi esperanza —y mi invitación— es que aborden su camino de fe como una vocación para crear comunidades donde cada ser humano se sienta visto, valorado y amado. Juntos, nuestros caminos individuales pueden tejer una historia colectiva que ilumine la presencia de Dios en nuestra misión compartida de cuidar de la humanidad.