Por la Hna. Patricia Bui, Vietnam (Provincia de Asia Oriental)
En la festividad de San Juan Eudes (19 de agosto de 2025), la Hna. Patricia, quien hizo sus votos perpetuos el 8 de abril de 2025, reflexiona sobre su año de experiencia internacional viviendo con la Comunidad de Marycove en Hong Kong. Sus ministerios incluyeron acompañar a trabajadores Migrantes Filipinos en el centro pastoral de la Diócesis, en el Hogar de María (un albergue para personas vulnerables, sin hogar y desempleadas), en un albergue para jóvenes chinas, así como apoyar a las seis hermanas mayores que vivían en comunidad con ella.
Hay momentos en que camino silenciosamente detrás de ellas y de repente percibo la silueta de las Hermanas que me han precedido. Esa espalda, serena y dulce, lleva la profunda huella de muchos años de vida consagrada. No hacen falta palabras; Basta una sola mirada para percibir un largo camino: un camino de fe, de amor y de entrega total a Dios y al prójimo. Cada paso, cada figura proyectada sobre la tierra, es testimonio de a life of tireless giving.
Quizás esa silueta no sea solo la imagen de una persona, sino también el símbolo de una vida fielmente vivida en la vocación. Detrás de cada paso se esconden incontables años de sacrificio y servicio silenciosos. Por eso, reconozco su caminar como un signo sagrado : un caminar consagrado.
El Camino de la Consagración
Aunque ya no están en la flor de la juventud, las Hermanas aún llevan dentro una vitalidad oculta que no todas perciben. Sus pasos quizá ya no sean tan rápidos como en los primeros días de la consagración, pero revelan una belleza única: la belleza de la perseverancia, la fidelidad y la firmeza. Cada paso, incluso pausado, es como un suave recordatorio de años dedicados al servicio incansable, de una vida entregada por completo a la misión de Dios.
Lo que me impacta es que en su caminar no veo la pesadez del tiempo, sino la firmeza de una vida arraigada en el Evangelio. Esos pasos son como las huellas del Buen Pastor en el camino del servicio: no hacen falta palabras, porque con sólo mirarlas ya se ve una vida rebosante de amor, de sacrificio y de entrega sin límites.
Vida entregada a la misión
Estas Hermanas han dedicado toda su vida a servir a Dios y a los demás, con discreción y humildad. Su misión va más allá de la simple oración, abarcando obras apostólicas en la comunidad, en la sociedad y en cualquier lugar donde se necesite ayuda.
Ya sea cuidando a los pobres, educando a los niños o acompañando a los enfermos, cada acto que realizan nace del amor y el celo por Dios. Estas tareas, que pueden parecer pequeñas, tienen un valor inconmensurable, pues son signos de amor incondicional. Es gracias a estas contribuciones ocultas que las Comunidades se sostienen, la Iglesia se edifica y la misión sigue dando fruto.
Cuando tengo la oportunidad de conocer y escuchar a las Hermanas jubiladas, observo que rara vez hablan de las dificultades que han padecido. En cambio, comparten la alegría de servir, la felicidad de ver a quienes acompañan redescubrir la fe, la esperanza y la sanación.
El Evangelio en la Vida Diaria
Lo que me conmueve profundamente es que en los ojos y las sonrisas de las Hermanas percibo una paz profunda: la paz de quienes han recorrido un largo camino con plena confianzaSaben que esta vida no les pertenece, sino que pertenece a Dios, a quien lo han ofrecido todo. E incluso al llegar a la plenitud de sus años, su fe permanece inquebrantable, sus pasos firmes en el camino del servicio.
Cada paso que dan es una homilía silenciosa sobre el misterio de la muerte y la resurrección. No es un fin, sino la plenitud de una vida consagrada. Viven como “semillas” sembradas en la tierra: silenciosas, humildes, pero en silencio, produciendo fruto espiritual para la comunidad y la Iglesia.
Reverencia por las que nos precedieron
Cuando miro hacia atrás, no solo veo pasos desgastados por el tiempo, sino que también siento dulzura y compasión: virtudes forjadas a lo largo de una vida arraigada en la fe. Las hermanas no necesitan decir mucho, pues sus propias vidas ya se han convertido en una homilía viviente sobre la fe, la perseverancia y el amor.
Nosotras, las Hermanas más jóvenes, a veces nos impacientamos en nuestro propio camino, ansiosas por lograr mucho en poco tiempo. Pero cuando veo los pasos de las Hermanas delante de mí, me doy cuenta de que no hay necesidad de apresurarse. Vivir con calma, pero con firmeza, fieles en el amor y fieles a la propia vocación: eso es lo que realmente importa.
Lecciones de las Huellas de la Consagración
El caminar de estas Hermanas mayores es una imagen viva de una vida consagrada llevada a su plenitud. Cada paso, aunque suave, está marcado por la fidelidad y una fe inquebrantable. Sus huellas son un poderoso testimonio del amor que han ofrecido a Dios y a la comunidad a lo largo de sus vidas.
Al observarlas, me pregunto: ""¿Seré capaz de caminar así en mi propio camino de vida consagrada??". Y la respuesta está en aprender de ellas: paciencia, amor incondicional y una fidelidad inquebrantable a la misión que Dios les confió.
En sus pasos tranquilos y firmes, veo la hermosa plenitud de una vida vivida enteramente para Dios. Es una gran lección, una profunda invitación para cada una de nosotras: vivir plenamente nuestra vocación, ya sea en el vigor de la juventud o en la madurez de la vejez.
Respeto, admiración y gratitud: estos son los sentimientos que deseo ofrecer a las hermanas. Están completando su camino de vida consagrada; Se han sembrado en la tierra del amor, y hoy las flores florecen en las vidas de incontables generaciones.
Para mí, la imagen de las Hermanas caminando al frente, humildes pero firmes, siempre será una luz que me guíe, una fuente de fortaleza que me anima a continuar mi propio camino con confianza y amor.