Por Hna. Ingrid Schimansky, Cologne, Alemania (Provincia de Alemania)

Viven actualmente personas de unos 180 países en Cologne-Chorweiler (Alemania), entre ellas nosotras tres, que vivimos muy cerca.

En la ciudad viven muchos pobres, desempleados, personas sin hogar, familias monoparentales y personas con bajos ingresos. También aumenta la población extranjera.

A principios de los años 1960, el número de residentes nacidos en el extranjero rondaba el 5%. En la actualidad, esta cifra ha aumentado hasta el 20%.

Esto ha supuesto una enorme presión para la ciudad, ya que inmigrantes de todo el mundo -sobre todo, en los últimos años, de Ucrania- hacen de Cologne su hogar.

Aunque la ciudad trata de abordar estos retos sociales emergentes, muchas personas siguen pasando grandes necesidades: muchas pasan hambre y no pueden satisfacer sus necesidades alimentarias diarias.

En 2016, iglesias católicas y protestantes, en colaboración con las autoridades municipales, empezaron a organizar un banco de alimentos conocido en Alemania como Tafel. Esta entidad política de ámbito nacional abrió sus puertas por primera vez en Berlín hace 30 años para intentar atender las necesidades de personas en circunstancias difíciles.

Inmediatamente nos inscribimos como voluntarias en este nuevo Tafel, puesto que -debido a nuestra edad- ya no ofrecemos los servicios que antes ofrecíamos desde nuestra comunidad a mujeres con discapacidades psíquicas y físicas.

Para nosotras, como hermanas, el voluntariado en el banco de alimentos nos permite seguir contribuyendo a nuestra misión de comprometernos con las necesidades emergentes y cultura universal de la justicia que desafíe las desigualdades.

El banco de alimentos de Tafel está gestionado íntegramente por voluntarios, que tres días a la semana, recogen alimentos no vendidos o a punto de caducar de grandes comercios locales que, de otro modo, se tirarían a la basura.

El tipo y la cantidad de comida que recibimos para distribuir puede variar, pero puede incluir pan, carne, queso, pescado, fruta, y verdura, entre otros alimentos.

Una vez que los voluntarios llegan en coche con los alimentos, empezamos a clasificarlos para asegurarnos de que solo se distribuyan artículos comestibles.

Se prepara una cesta para cada persona que recoge alimentos, y las cestas se etiquetan con el número de personas a las que se va a alimentar -normalmente entre 75 y 80 personas necesitadas.

Para poder recibir alimentos, los clientes -como los llamamos- deben demostrar su necesidad aportando una confirmación de su condición de refugiados o un justificante de ingresos, prestaciones sociales, pensiones o subsidios de desempleo.

Cada mes podemos proporcionar alimentos a unas 1.000 personas necesitadas en toda la amplia zona de influencia donde viven nuestros clientes.

Nos encanta este apostolado y la oportunidad que nos ofrece de reunirnos con tanta gente, desde los que recogen los alimentos y los dejan para su clasificación hasta nuestros clientes necesitados que acuden para encontrar consuelo, un rostro amigable y ver satisfechas algunas de sus necesidades.

Tras nuestro día de voluntariado, volvemos a casa por la noche bastante cansadas, pero llenas de alegría y celo por haber hecho alguna pequeña contribución al "pan de cada día" de nuestros hermanos y hermanas necesitados.